Hay algo muy perturbador en la idea de un Dios crucificado. Escándalo para unos, contradicción para otros, absurdo para muchos… ¿Dónde queda la grandeza, la fuerza, el poder? ¿Qué sentido tiene aún hoy en día, arrodillarse o reverenciar a un ajusticiado? ¿Cómo mirar a la cara a la derrota? ¿Cómo aceptar la muerte del Justo? ¿Cómo comprender el silencio del Padre ante la muerte del Hijo? Y ahí surge la eterna pregunta por la cuestión del mal, por el sufrimiento de los inocentes, por la tragedia que atraviesa a la creación. ¿Cómo es posible? Y un grito que se alza al cielo, entre la queja y la incomprensión: «¿Por qué?»
"No se haga mi voluntad, sino la tuya". ¿Cómo entender eso? Jesús se ve en la encrucijada de elegir entre su seguridad o mantener la coherencia hasta el final, lo que entiende que es la verdad de Dios. Sabe que si huye, se salva, pero a costa de dejar de hablar en nombre de los pobres y los excluidos. A costa de dejar de hablar del Dios Abbá que vuelve la Ley del revés. Y opta por afrontar el juicio. Elige afirmar la verdad del Dios que viene a revelar su buena noticia. Aunque le cueste la vida.
Te invitamos a recorrerlas. Detenerte en cada una; imaginar la escena y reflexionar con las propuestas y preguntas que la acompañan.
Es difícil perdonar. El dolor, el orgullo, la propia dignidad, cuando es violentada, grita pidiendo 'justicia', buscando 'reparación', exigiendo 'venganza'… pero, ¿perdón ? Me sorprendes, Dios bueno, en esa cruz… porque eres capaz de seguir viendo humanidad en tus verdugos. Porque eres capaz de seguir creyendo que hay esperanza para quien clava en una cruz a su semejante. Porque, esta palabra de perdón, dicha desde un madero, es sobre todo una declaración eterna: el hombre, todo hombre y mujer, todo ser humano, conserva su capacidad de amar en las circunstancias más adversas. Y todo ser humano, hasta el que es capaz de las acciones más abyectas, sigue teniendo un germen de humanidad que permite que haya esperanza para él. Y atreverse a verlo es hermoso.
- ¿He perdonado alguna vez?
- ¿He sido perdonado?
Una promesa que muchas gentes tienen que oír hoy. En cruces injustas, en cruces pesadas; en realidades atravesadas por el dolor, la soledad, la duda, la incomprensión o el llanto… ¿cómo sonarán esas palabras, dichas desde la confianza de quien no tiene por qué mentir? Hoy estarás conmigo en el paraíso.
- ¿Quién es ese Jesús que me invita a 'estar con él'?
- ¿Cómo estar hoy con Jesús en el mundo?
Alguien para acompañarte en las horas difíciles. Alguien que te abrace ahora que lloras a mis pies. Alguien que te sostenga en estos momentos trágicos. Alguien que comparta tu pérdida... y que también estará en las horas buenas, que llegarán. Alguien que te cuide y a quien cuides...
No estamos solos, ni en las horas más oscuras. Amigos, madres, hijos, parejas, colegas. Y como creyentes, tenemos a más gente al pie de la misma cruz, a innumerables hombres y mujeres de Iglesia que han sido y son compañeros de camino, de esfuerzo, de lucha, de errores, de búsquedas y de amor. Ahí estamos.
- ¿Te sientes solo en el seguimiento de Jesús?
- o, por el contrario, ¿Sientes que hay más gente como tú, acompañando, a veces animándote, abrazando?
¿Quién no tiene momentos de noche oscura? De depresión, de inseguridad, de absoluta incertidumbre... Esos momentos en los que parece que todas tus opciones han sido equivocadas, que cada decisión te ha llevado por un sendero erróneo. Esos tiempos en que te muerde la soledad, el fracaso, la miseria propia y ajena. ¿Quién no tiene momentos de escepticismo, de sinsentido, de amargura? ¿Quién no se pregunta, tal vez por un instante fugaz pero punzante, dónde está Dios ahora?
La duda no es inhumana, ni el enfado, ni el miedo... El reto está en no ceder, en no creer que todo ha sido una mentira. El desafío es no abandonar, no rendirse, no capitular en esos momentos. Después de todo, el salmo 22, que comienza con el llanto del justo: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», termina cantando la presencia del Señor en edades futuras: «...hablará del Señor a la edad venidera, contará su justicia al pueblo por nacer. Así actuó el Señor».
- ¿Aceptas el que pueda haber momentos en que 'no sientes' a Dios, y sin embargo, te atreves a seguir adelante con proyectos, compromisos y esfuerzos en su nombre?
Grita el hombre con la garganta reseca. Quiero justicia, clama la joven utilizada en los burdeles del mundo. «Pan», pide el niño con la barriga inflada de aire y de hambre. «Paz», exclama el testigo de atrocidades sin fin. «Amor», pide el muchacho solitario por ser extraño. «Casa», sueña el mendigo que duerme en un banco. «Trabajo», suspira una joven que se siente fracasar. «Libertad», escribe el presidiario en sus poemas. «Salud», recita el enfermo desde su cama... Voces de pena, voces de llanto, voces que reflejan los dolores del mundo. Hay alaridos, y también susurros, todos cargados de pena.
Tu voz en la cruz recoge todos esos aullidos de la humanidad rota. Y no hay explicación. No hay sentido. No hay justicia. Sólo un grito más: «Basta ya».
- ¿Es mejor ser sordo?
- ¿Qué gritos escuchas tú?
Qué suerte acostarse cada día y poder mirar atrás y decir: «estuvo bien». Qué alegría cuando uno siente que ha hecho lo que tenía que hacer. Sí, mañana de nuevo comenzará el esfuerzo diario... pero al menos por ahora está hecho. Al menos por ahora puedo recostarme en silencio, y siento que he podido...
Todos tenemos nuestras luchas pequeñas o grandes, nuestros compromisos que nos cuestan sudor y a veces lágrimas, pero que queremos vivir... y cada día tiene algo de tarea y misión. Y cada año, y cada etapa del camino... Ojalá pueda, a veces, aun cargado de ingenuidad, mirar atrás y sentir que las cosas se van cumpliendo, y reposarme en ti.
- ¿Has cumplido ya algún sueño? ¿Has alcanzado alguna meta?
No sólo el día de la muerte, sino cada día. En este mundo que en todo busca seguridades, que en todo quiere tener salvavidas. En este mundo que me invita a tener siempre cubiertas las espaldas, quiero arriesgar, apostar por ti y tu proyecto y tu Reino.
Quiero saberme confiado, atravesar tormentas o espacios serenos, sintiendo que en tus manos voy protegido. Que tus manos curan, acarician, sanan, acunan, sostienen... firmes y tiernas a la vez.
- ¿Qué vas construyendo?
- ¿Te lleva alguna vez tu fe a correr riesgos?
El Dios crucificado
El Dios crucificado es, junto a la resurrección, la intuición más radical de nuestra fe. Nos habla de la fragilidad humana, asumida por el mismo Dios. Nos habla de la paz como único camino, frente a otras sendas construidas sobre el rencor o la violencia. Nos habla del amor como la mayor transgresión en un mundo que a demasiadas personas las etiqueta como indignas de ser amadas. Nos habla del dolor de Dios. Un Dios que no es lejano, ajeno ni indiferente a la creación que salió de su corazón; un Dios cercano hasta el punto de vaciarse en nosotros, con nosotros, por nosotros.